“El relato de la pasión… ha dado un nombre y un rostro a este misterioso hombre de dolores, despreciado y rechazado por los hombres (que nos citaba Isaías): : el nombre y el rostro de Jesús de Nazaret. Hoy queremos contemplar al Crucificado precisamente en esta apariencia: como el prototipo y el representante de todos los rechazados, los desheredados y los «descartados» de la tierra, aquellos ante los cuales se gira el rostro hacia otra parte para no ver.
Jesús no ha empezado ahora, en la pasión, a serlo. En toda su vida, él formó parte de ellos. Nació en un establo porque para los suyos «no había puesto en la posada» (Lc 2,7). Al presentarlo en el templo, los padres ofrecieron «un par de tórtolas o dos pichones», la ofrenda prescrita por la ley para los pobres que no podían permitirse el lujo de ofrecer un cordero (cf. Lev 12,8). Un auténtico certificado de pobreza en el Israel de entonces. Durante su vida pública, no tiene «dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20): un sintecho.
Y llegamos a la pasión. En el relato de ella hay un momento en el que no nos detenemos a menudo, pero que es muy significativo: Jesús en el pretorio de Pilato (cf. Mc 15,16-20). Los soldados han observado, en la explanada adyacente, un arbusto de espinos; han cogido un haz y se lo han presionado sobre la cabeza; sobre la espalda todavía sangrante por la flagelación, le han colocado un manto como burla; tiene las manos atadas con una tosca cuerda; en una le han puesto un haz de varas y en la otra una caña, símbolos jocosos de su realeza. Es el prototipo de las personas maniatadas, solas, en manos de soldados y bandidos que desfogan sobre los pobres desgraciados la rabia y la crueldad que han acumulado en la vida. ¡Torturado!
«¡Ecce homo!», ¡He aquí el hombre!, exclama Pilato, al presentarlo poco después al pueblo (Jn 19,5). Palabra que, después de Cristo, puede ser dicha del grupo sin fin de hombres y mujeres humillados, reducidos a objetos, privados de toda dignidad humana. «Si esto es un hombre»: el escritor Primo Levi tituló así el relato de su vida en el campo de exterminio de Auschwitz. En la cruz, Jesús de Nazaret se convierte en el emblema de toda esta humanidad «humillada y ofendida». Vendrían ganas de exclamar: «Despreciados, rechazados, parias de toda la tierra: ¡el hombre más grande de toda la historia ha sido uno de vosotros! A cualquier pueblo, raza o religión que pertenezcáis, tenéis el derecho de reclamarlo como vuestro.”
(Papa Francisco – Viernes Santo 2019)